Lo mejor que
pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el
insulto, juré vengarme. Ustedes, que conocen tan bien la naturaleza de mi
carácter, no llegarán a suponer, no obstante, que pronunciara la menor palabra
con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. Este era ya un punto
establecido definitivamente. Pero la misma decisión con que lo había resuelto
excluía toda idea de peligro por mi parte. No solamente tenía que castigar,
sino castigar impunemente.
LOS ADJETIVOS DEL VERBO
METER EL DIABLO EN EL INFIERNO
En la ciudad de
Cafsa, en Berbería, hubo hace tiempo un hombre riquísimo que, entre otros
hijos, tenía una hijita hermosa y donosa cuyo nombre era Alibech; la cual, no
siendo cristiana y oyendo a muchos cristianos que en la ciudad había alabar
mucho la fe cristiana y el servicio de Dios, un día preguntó a uno de ellos en
qué materia y con menos impedimentos pudiese servir a Dios. El cual le repuso
que servían mejor a Dios aquellos que más huían de las cosas del mundo, como
hacían quienes en las soledades de los desiertos de la Tebaida se habían
retirado.
LA VERDAD SOBRE EL CASO DEL SEÑOR VALDEMAR
De ninguna
manera me parece sorprendente que el extraordinario caso del señor Valdemar
haya provocado tantas discusiones. Hubiera sido un milagro que ocurriera lo
contrario, especialmente en tales circunstancias. Aunque todos los
participantes deseábamos mantener el asunto alejado del público -al menos por
el momento, o hasta que se nos ofrecieran nuevas oportunidades de
investigación-, a pesar de nuestros esfuerzos no tardó en difundirse una
versión tan espuria como exagerada que se convirtió en fuente de muchas desagradables
tergiversaciones y, como es natural, de profunda incredulidad.
LA CARTA ROBADA
Me hallaba en
París en el otoño de 18... Una noche, después de una tarde ventosa, gozaba del
doble placer de la meditación y de una pipa de espuma de mar, en compañía de mi
amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña biblioteca o gabinete de estudios del n.°
33, rue Dunot, au troisième, Faubourg Saint-Germain. Llevábamos más de una hora
en profundo silencio, y cualquier observador casual nos hubiera creído
exclusiva y profundamente dedicados a estudiar las onduladas capas de humo que
llenaban la atmósfera de la sala.
LA CAJA OBLONGA
Hace años, a fin
de viajar de Charleston, en la Carolina del Sur, a Nueva York, reservé pasaje a
bordo del excelente paquebote Independence, al mando del capitán Hardy. Si el
tiempo lo permitía, zarparíamos el 15 de aquel mes (junio); el día anterior, o
sea el 14, subí a bordo para disponer algunas cosas en mi camarote. Descubrí
así que tendríamos a bordo gran número de pasajeros, incluyendo una cantidad de
damas superior a la habitual. Noté que en la lista figuraban varios conocidos
y, entre otros nombres, me alegré de encontrar el de Mr. Cornelius Wyatt, joven
artista que me inspiraba un marcado sentimiento amistoso.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)